Finalmente el alba. VENECIA 2023

A camino entre dos obras de arte como "La vida invisible de Eurídice Gusmão" y "Lazzaro felíz", la película de Saverio Costanzo es una de esas esperiencias que marcan, y lo hacen por lo inesperado de su maestría.


Cine de ilusionismo

El director italiano es un mago, nos enseña la bolita y cuando creemos que va para un lado, aparece en otro. Así con la película, cuando pensamos que será un melodrama en blanco y negro sobre la segunda guerra mundial, nos deja fuera de juego mostrando que es una película dentro de otra, y lo hace cuando ya nos había convencido de que la primera era excesivamente melodramática. 

Cuando pensamos que el protagonismo va a ir de un lado, invierto todo de forma sorprendente para que el peso bascule en otro personaje, dejando al espectador con la duda de si debemos aún seguir pensando en el primer personaje que, en teoría, era el principal. Después de varios cambios y giros en el guión, el público decide dejarse llevar, volar por esta imaginación ingeniosa que sabe arañar lo justo para mostrar lo peor de profesiones como la del cine, pero desde una forma fina aunque brutal. No olvidar las memorables secuencias de Willem Dafoe hablando italiano.

El descubrimiento de una actríz enorme

Los primeros minutos son un poco fríos, le cuesta a la cinta entrar en calor, pero cuando lo hace, eso si que es una fogata de sentimientos. Sin darnos cuenta, y transportados por la ingenua actuación de la protagonista, Mimosa, interpretada por la persona que nos ha dejado con la boca abierta, la increíble Rebecca Antonaci. Solo su interpretación de niña miedosa, dubitativa, que no conoce los placeres de la vida por falta de recursos y desconocimiento, esos ojos que son de secundona, que no terminan de tener la arrogancia o belleza que suelen tener las protagonistas, eso mismo es lo que hace que cautive (tras unos primeros minutos) al espectador, y no le suelte hasta el último paseo por las calles de Roma, y vaya que paseo y que compañía, algo digno, por su poesía, de las grandes películas que se están viendo este año en Venecia.

Mimosa no es solo una adolescente que tiene la obligación de casarse con quien decidan sus padres, es la cámara andante, su ojos son una ventana a mil cosas que no entiende, desde la realización de una película, hasta el saber convivir con estrellas del cine. El cine es el epicentro de esta obra, y cuando pensábamos que el escenario que intentan mirar los niños desde la parte de atrás del decorado, era falso, el director nos planta un egipto entero, con sus escaleras grandiosas mostrando el derroche de dinero que esto ha debido de suponer para unos pocos minutos del largometraje. En este mismo escenario vivimos otros de los videoclips, una película dentro de otra, ¡que locura sin sentido tan maravillosa!.

Saverio Costanzo consigue hacernos sentir repugnancia por acciones de poder contra otros que no lo tienen, de forma sigilosa, y cuando creemos cómo va a acabar, ¡zas! un cambio de guión mostrando a alguien que debe de hacer algo desagradable para sobrevivir, sin ser forzada, pero sin ganas. La cinta está llena de este sentimiento, vemos a los personajes haciendo cosas que no desean hacer por obligaciones de un guión que exige trabajar a las mujeres mostrando lo senos, por un momento de diversión que es más importante que volver a casa con la madre, o porque físicamente es imposible hacer lo que uno desea al no tener coche propio ni existir Uber en la Italia de los 50. Las detestables obligaciones de casarse con una pareja que no se desea, o acostarse con alguien detestable para ayudar al marido. 


Música variante

La inteligencia de esta cinta es infinita, y nos lleva de la mano de una música que inicialmente es realmente insoportable, esos violines melosos en escenas que no casan, para después llegar a una banda sonora de techno, sí, techno para mostrar imágenes de Egipto o de la Italia de los 50. Con un final bestial cuya música corre a cargo de "The Strokes" con su tema "Last Nite". Entre medias unos inteligentes silencios de tensión, donde vemos a Mimosa mirar a un público que espera sus palabras para ser conmovidos por su poesía, que quiere poder juzgar si es tan buena poeta como dicen, sin comprender que eso que estaba haciendo sin palabras era poesía y les estaba emocionando. Los silencios en esta película son poesía pura, un chorro de maestría en cada una de las escenas que sorprende por el equilibrado balance entre la realidad más absoluta, como decidir que los caprichos de una noche tienen que acabar a la mañana siguiente, y una fantasía como el mencionado paseo final.

Copiando al film, que empieza y termina con las mismas escenas, en este caso las escaleras de la plaza España de Roma, terminaremos la crítica con el mismo recordatorio a las dos películas que harían un bella trilogía de estilos parecidos: "La vida invisible de Eurídice Gusmão" y "Lazzaro felíz".

Opinión: 4,5/5





 

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