El director colombiano Ciro Guerra se ha consolidado como una de las voces más potentes y singulares del cine latinoamericano contemporáneo. Con El abrazo de la serpiente (2015), nominada al Óscar y con múltiples premios en Cannes, Sundance o Lima, abrió un diálogo global sobre el colonialismo, la pérdida de la sabiduría ancestral y la devastación ambiental. Casi una década después, su película conserva una fuerza y una vigencia conmovedoras. En el marco de la 70ª edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) —que se celebra del 24 de octubre al 1 de noviembre de 2025—, Guerra conversa sobre la actualidad de su obra y sobre el papel del cine como herramienta para repensar nuestra relación con el planeta.

El abrazo de
la serpiente se estrenó hace casi diez años, pero sus temas —el
colonialismo, la
pérdida de la sabiduría ancestral, la devastación ambiental—
siguen
siendo urgentes.
¿Cómo ves hoy la película a la luz del momento que vivimos, con el
auge de los
discursos decoloniales y la crisis climática?
La lucha que se
describe en la película no es un asunto que pertenezca a un solo
momento determinado.
Es una lucha sin tiempo, que atraviesa todas las épocas de
la humanidad, y cuya
urgencia y gravedad sólo puede agudizarse a medida que nos
aproximamos a un
punto de no retorno.
La película
confronta la mirada del explorador occidental con la del chamán
indígena. ¿Cómo
lees hoy ese diálogo —o choque— entre formas de conocimiento,
especialmente al
presentarla aquí, en España, en una ciudad como Valladolid, tan
cargada de
historia?
Creo que los
encuentros que narra la película propiciaron un cambio de
mentalidad,
una nueva forma de
ver el mundo que hace un siglo era impensable y que hoy
permite que por lo
menos haya debates e intercambio de ideas sobre cómo mejorar
nuestra relación
con el mundo natural, y sobre sanar la herida colonial. La única
esperanza es que no
sea demasiado tarde.
Si el chamán
Karamakate pudiera mirar hoy el mundo, ¿qué crees que diría sobre
nuestra relación
con la memoria, la naturaleza y la historia?
Diría lo mismo que
dicen hoy los cientos de pueblos originarios que siguen luchando
y enfrentándose al
arrasamiento del territorio y al etnocidio continuado en toda
América. Su mensaje
no es el de un solo individuo; es el de un conocimiento
compartido y
multicultural que desde siempre ha entendido que el ataque a la
tierra
es un ataque a
nosotros mismos, un suicidio ciego guiado únicamente por la
avaricia, y que
puede ser detenido en cualquier momento. Lo único que se necesita
es la voluntad y la
valentía para hacerlo.
Es tu primera
vez en la Seminci —¿qué significa para ti estar en este festival
con
tanta historia,
en su 70ª edición?
Sé que es un
festival con mucha historia, que ha sido generoso con el cine
latinoamericano y
con el colombiano en particular, y me alegra mucho que estos
espacios de diálogo
y convergencia logren sostenerse en el tiempo. Agradezco que
hayan programado
nuestra película y espero eventualmente poder visitar el Festival
y la ciudad, que me
parece fascinante.
Valladolid fue
durante siglos un centro del poder imperial español, y ahora acoge
una película que
cuestiona las consecuencias de esa historia, dentro de la sección
Dos Orillas: Un
eterno debate – La controversia de Valladolid. ¿Sientes que
presentarla aquí
tiene un valor simbólico especial? ¿Cómo crees que el público
español, y
particularmente el de la Seminci, puede dialogar hoy con las heridas
y
reflexiones que
plantea El abrazo de la serpiente?
La verdad, he
sentido que el público más reticente que he encontrado ante la
película es el
público español. Tiene sentido, es una historia que hurga en
aspectos
del pasado que no
son los más agradables. Pero lo importante al explorar esta
historia no es
buscar venganza o culpables, los pueblos originarios lo tienen muy
claro. No tenemos
porqué heredar la violencia que ejercieron nuestros ancestros.
La esperanza es que
nos podamos reconocer en esa historia compartida y aprender
de ella, no repetir
los errores, poder mirar hacia un futuro que todos construimos
conjuntamente, con
cada una de nuestras acciones. Lo importante es lo que viene,
el pasado ya fue, no
podemos cambiarlo. El futuro sí está en nuestras manos.
Tu cine ha
ayudado a poner el foco internacional en las voces y territorios
olvidados
de América
Latina, como ocurre en esta película o con la Guajira en la
maravillosa
“Pájaros de
Verano”. ¿Cómo ves el papel del cine latinoamericano o colombiano
actual en la
creación de narrativas que conecten y den a conocer las identidades
locales a
audiencias globales?
En un momento en el
que el cine como lenguaje pareciera estarse agotando, donde
la mayoría de lo
que vemos es una regurgitación de lo que se hizo hace 4 décadas,
creo que se vuelve
necesario voltear la atención a aquellas voces que no han sido
escuchadas. Es claro
que como sociedad necesitamos un cambio de rumbo, un
nuevo paradigma. El
cine puede prestarnos nuevos ojos, una nueva forma de ver el
mundo. Hay muchas
formas de existir como humanos, la nuestra no es la única ni la
mejor, esa es la
búsqueda que más me interesa.
A casi diez
años de El abrazo de la serpiente, ¿cómo ha cambiado tu forma de
entender el acto
de filmar, especialmente en un momento en que las imágenes se
producen y
consumen de manera tan acelerada? ¿Qué te inspira hoy como narrador
y qué temas te
siguen obsesionando cuando piensas en el futuro del cine
colombiano?
Es un momento
difícil para narrar, especialmente si te interesa la complejidad. La
imaginación ha sido
temporalmente secuestrada por algoritmos, que encuentran en
los discursos de
odio su principal combustible. Es el momento del que más grite, del
que sea capaz de
decir la atrocidad, la mentira más grande sin sonrojarse. En ese
contexto, el humilde
acto de buscar la verdad y cómo expresarla, en medio del
basural en que se ha
convertido el discurso público, es un reto cada vez mayor.
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