Crítica de “Kika” (2025), de Alexe Poukine. SEMINCI 2025
De nuevo en una de las mejores secciones del festival de Seminci, en Valladolid (España), tenemos un nuevo título con el nombre propio del protagonista (comparte sección con “Nino”). Siendo sinceros, este título no invita demasiado —“Kika” suena a comedia ligera o a algún derivado posmoderno del cine de Almodóvar—, la sorpresa llega pronto: lo que encontramos es una de las películas más inteligentes, sutiles y emocionalmente feroces del cine belga reciente. Alexe Poukine, de origen francés pero afincada en Bélgica, después de su trayectoria documentalista en Dormir, dormir dans les pierres o Lo que no te mata, demuestra que su mirada sobre la realidad es tan aguda como compasiva. Aquí, por fin, se atreve a dar el salto a la ficción total sin perder su tono de observación antropológica.
La película sigue a Kika —interpretada por una hipnótica Manon Clavel, a medio camino entre la fragilidad y la lucidez—, una joven que entra en el mundo de la prostitución sin dramatismos, sin grandes discursos de víctima ni redenciones impostadas. Lo que hace Poukine es desmontar el prejuicio desde la cotidianidad, con una naturalidad desarmante: Kika pregunta, experimenta, se equivoca, y sobre todo, decide. Su cuerpo, su elección. Y en ese gesto tan simple y tan radical, el filme encuentra su centro: la libertad.
Clavel brilla con un tipo de interpretación que parece no actuar. Sus silencios pesan tanto como sus sonrisas incómodas. No hay artificio, ni erotismo complaciente, ni miseria estética: hay humanidad. En una escena especialmente incómoda, Kika pregunta si una prostituta le pasaría sus clientes, sin darse cuenta que eso sería como robar los clientes; en otra, se muestra fascinada por los fetiches ajenos con una curiosidad casi científica, la colección de bragas usadas. Poukine nunca juzga: observa.
Lo fascinante es cómo la directora combina ese tono documental con una dirección visual precisa, íntima, casi táctil. Los espacios son fríos pero vivos; los cuerpos, imperfectos pero reales. Poukine sigue explorando las zonas grises del deseo, la culpa y la autonomía, pero aquí lo hace con un humor soterrado, una ironía que, lejos de suavizar el tema, lo hace más humano.
“Kika” es una película que incomoda y acaricia a la vez. No busca escandalizar ni moralizar. Habla de una mujer que experimenta el poder y la vulnerabilidad de poseerse a sí misma. Un retrato de la prostitución alejado de todo cliché, donde el sexo es menos importante que la conciencia.
Y sí, el título puede sonar a broma. Pero una vez dentro, el espectador entiende que Kika no es una palabra ligera: es una declaración. De independencia, de cuerpo, de identidad. Con humor, con inteligencia, con dulzura. Una película que confirma que el cine belga vive uno de sus momentos más inspirados.
Opinión: 4,2/5
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