Crítica: Orwell: 2+2=5, de Raoul Peck. El Gouna Film Festival

El director Raoul Peck parece haber hecho en Orwell: 2+2=5 un experimento arriesgado: crear un 1984 dentro de un 1984, manipular la realidad para denunciar precisamente la manipulación de la realidad. El resultado, sin embargo, es una paradoja: un documental que acusa a otros de falsear los hechos mientras él mismo los acomoda según su ideología.

Desde su estreno en Cannes, y despues en el El Gouna Film Festival 2025, la película ha generado entusiasmo en los circuitos progresistas de Europa —y no es de extrañar. Peck, con la misma estética impecable que desplegó en I Am Not Your Negro, ofrece aquí una obra visualmente atrapante: montaje sólido, ritmo sostenido, una voz en off que envuelve y una textura cinematográfica impecable. Pero esa solidez formal contrasta con la fragilidad intelectual y el sesgo político de su discurso.

Un 1984 selectivo

El título promete una reflexión sobre Orwell, la vigilancia y la manipulación informativa. Pero lo que entrega Peck es más bien un collage de denuncias contemporáneas: Trump, Le Pen, Orbán, la extrema derecha, los ricos, los negacionistas, los “tontos que los votan”. Una sucesión de fragmentos que, más que analizar, predican.

Lo más problemático es que, al construir su 1984 moderno, Peck elige cuidadosamente a sus villanos. Todos, casualmente, comparten el mismo perfil: conservadores, liberales clásicos, multimillonarios o políticos de derecha. Es llamativo que en su repaso de las “distorsiones de la verdad” no haya espacio para Nicolás Maduro, ni para los Castro, ni para la maquinaria propagandística del Partido Comunista Cubano. Si el objetivo era mostrar cómo se falsifica la realidad para perpetuar el poder, ¿qué mejor ejemplo que la Venezuela de Maduro o la Cuba castrista?

En Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro ha dejado más de 10.000 muertos a manos de fuerzas de seguridad en la última década, según la ONG Provea.
Durante las elecciones de 2024, el mismo gobierno encarceló a más de 2.400 manifestantes y provocó al menos 24 muertes durante las protestas postelectorales (Amnistía Internacional, 2024).
Mientras tanto, en Cuba, siguen documentándose más de 1.100 presos políticos y 1.500 violaciones de derechos humanos solo en 2024.
Pero nada de esto aparece en el metraje de Peck.

En cambio, el documental se detiene en figuras como Viktor Orbán, a quien califica prácticamente de dictador. Y sí, Orbán merece críticas: su control mediático, al igual que en otros paises del oeste de Europa pueden ser evidentes. Pero también ganó las elecciones europeas de 2024 con el 44 % de los votos, y su partido Fidesz sigue siendo el más votado de Hungría. 

El rico como enemigo estructural

Peck reincide en un viejo dogma de cierta izquierda cultural: los ricos son el problema. El documental equipara el poder económico con el mal moral, y el éxito con la corrupción ética. Sin embargo, olvida un matiz esencial: la innovación y el progreso social a menudo han nacido de la ambición de quienes fueron primero “ricos incomprendidos”.
Henry Ford fue un millonario; sin embargo, democratizó el automóvil. Los primeros vuelos aéreos eran lujo de élite; hoy son parte del tejido social global. La riqueza, bien orientada, no destruye —multiplica bienestar. Poder comprar lo que se necesite por Amazon a un precio reducido, es también una forma de democracia, permite a ricos y pobres compartir muchos bienes.

Ese matiz se borra por completo en el discurso de Peck, que necesita antagonistas nítidos para sostener su narrativa de buenos y malos. Así, su “1984” se reduce a un panfleto que repite los lugares comunes de la extrema izquierda cultural: capitalismo malo, derecha mala, ricos malos, clase media confundida.

Además, se puede traer a colación el caso español como otra ilustración de lo que sucede cuando se considera que “la democracia de izquierda estaba bien asentada” antes de la dictadura, cuando en realidad la transición a la República en España fue mucho más compleja y no tan clara como muchos relatos simplistas afirman. La dictadura franquista fue un verdadero desastre: represiones masivas, decenas de miles de muertos, desapariciones, censura, persecución política, exilio, y una dictadura que duró casi cuatro décadas. De hecho, hay identificadas 2.567 fosas comunes con miles de víctimas; se calcula que podrían existir más de 114.000 desaparecidos durante la Guerra Civil y la dictadura.

Por otro lado, la Segunda República Española (1931-1936), frecuentemente evocada como ejemplo de democracia de izquierdas bien fundada, no nació de una victoria electoral parlamentaria clara ni tras un plebiscito directo, sino que fue impulsada en gran parte por los resultados de unas elecciones municipales del 12 de abril de 1931, las primeras tras la dictadura de Primo de Rivera/“dictablanda” de Berenguer. En esos comicios, los partidos republicanos ganaron la mayoría de las capitales de provincia y de los núcleos urbanos más importantes (Madrid, Barcelona, Valencia, entre otros), mientras que en la España rural los partidos monárquicos se mantuvieron fuertes.  Esa victoria municipal fue interpretada como un plebiscito sobre la monarquía, aunque legalmente las elecciones municipales no tenían como función directa decidir la forma de Estado. Alfonso XIII abandonó el país el 14 de abril de 1931, y dos días después se proclamó la Segunda República. 

Por lo tanto, si bien la Segunda República representó una apertura democrática importante, señalarla como un régimen “bien asentado de izquierda” desde el inicio sin matizar cómo llegó al poder —por una serie de comicios municipales usados como indicador simbólico más que resultado de una votación nacional directa sobre monarquía/república— es caer también en una versión simplificada de la historia. Esa omisión de matices se parece al tipo de “cambio de realidad” que criticas de la película: pasar por alto lo complejo, lo contradictorio, para reforzar una narrativa cómoda.

Brillante forma, fondo inconsistente

Sería injusto no reconocer el mérito técnico: Orwell: 2+2=5 está muy bien realizada. El ritmo no decae, el montaje es inteligente y los fragmentos de archivo están hábilmente entrelazados. El espectador, incluso si disiente, se siente atrapado por el flujo visual. Peck sabe contar, sabe filmar.

El problema es lo que elige contar —y lo que elige callar. Como en el propio 1984 de Orwell, la verdad se construye borrando los hechos incómodos. El documental predica contra el doblepensar mientras lo practica: omite dictaduras de izquierda, exagera defectos de líderes democráticamente electos y manipula el contexto para reforzar un dogma ideológico.

Orwell: 2+2=5 se presenta como una advertencia sobre los peligros de la manipulación mediática, pero termina siendo un ejemplo de ella. Es un documental poderoso en lo visual y débil en lo intelectual, seductor en la forma pero profundamente parcial en el contenido.
Peck no ha hecho un análisis de la verdad: ha hecho un espejo de su propio sesgo.
Y ahí está la gran ironía: al denunciar el 1984 ajeno, ha creado el suyo propio.

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