Lau Charles: “El cine tiene que hacerse con amor, no para gustar”. EL GOUNA
Entre el azul turquesa del Mar Rojo y el reflejo del sol sobre los yates de lujo, el bullicio de los cineastas se cuela por los pasillos del El Gouna Film Festival, uno de los encuentros más jóvenes y dinámicos del circuito árabe. Allí, en medio de los flashes, aparece una voz distinta: la de Lau Charles, una directora mexicana de sonrisa contenida y mirada serena que presenta su cortometraje Casa Chica, una historia íntima, familiar y profundamente mexicana que ha conquistado festivales de medio mundo.
“Estoy muy contenta de estar aquí”, dice, con un tono más de gratitud que de euforia. “Casa Chica está en la sección de cortos y es muy emocionante compartirlo tan lejos de casa.”
Un recorrido que comenzó en Berlín
El viaje de Casa Chica comenzó meses atrás, en Berlín, donde el corto se estrenó entre curiosidad y sorpresa. Desde entonces, ha ido sumando reconocimientos. “El primer premio lo ganamos en Sehsüchte, en Alemania”, recuerda Charles. “Luego en el Drama International Short Film Festival, en Grecia, recibí el premio a mejor dirección. Fue muy hermoso, mi primer premio como directora.”
El éxito se consolidó en México, donde el corto se llevó los máximos galardones en Guanajuato y Morelia, los dos festivales más importantes del país. “Fue un triunfo histórico, porque nunca antes una misma producción había ganado ambos. Eso me llenó de orgullo y también de sorpresa. No esperaba que algo tan personal viajara tan lejos.”
La casa grande, la casa chica
El cortometraje explora una de las heridas más silenciosas de la cultura mexicana: la existencia de las “casas chicas”, esos hogares secretos donde algunos hombres mantienen una segunda familia, lejos de la mirada de la esposa oficial.
“El término ‘casa chica’ es muy mexicano, pero la historia detrás es universal”, explica la directora. “Yo tengo una media hermana de mi edad, y de ahí nace el corto. Pensé que sería un tema muy local, pero cuando lo mostramos en Berlín, mucha gente se me acercó a decir que también era su historia. Eso me conmovió muchísimo. Me di cuenta de que el cine, cuando es honesto, atraviesa fronteras.”
Aun así, reconoce que Casa Chica no es un corto fácil de traducir. “Tiene una identidad profundamente mexicana, tanto en el lenguaje como en la estructura emocional. Pero confío en que el público árabe podrá conectar con los sentimientos que lo atraviesan: el amor, la memoria, la familia, la herida. Son universales.”
Una historia que nació del dolor
Antes de llegar a la ficción, Lau Charles se asomó a la historia de su familia desde el documental. En 2020 realizó un trabajo personal sobre su padre ausente. “Fue un retrato construido a través de los ojos de mi madre y mi hermano”, recuerda. “De ahí surgió la idea de Casa Chica: la necesidad de mostrar cómo una misma historia puede tener versiones distintas.”
El proceso fue tan íntimo como arriesgado. “Antes de mostrar el corto, hablé con mi familia. Ellos sabían que estaba tratando un tema delicado, y lo hice con mucho amor y respeto. Fueron los primeros en verlo terminado, y les dije que, si no querían que se mostrara, lo entendería. Pero les gustó mucho. Me dijeron: ‘Déjalo salir, que viva’.”
No todo fue fácil. “Las primeras veces que se proyectó en México, algunos medios lo trataron de forma amarillista. Fue doloroso escuchar mi historia personal convertida en titular. Sentí miedo, vergüenza. Pero luego comprendí que estaban hablando de la ficción, no de mí. Hoy puedo verlo con más distancia.”
El Gouna: entre la calma y la escritura
La directora aprovecha los días del festival egipcio para escribir. “Esta mañana me desperté en un hotel precioso, con una vista increíble. Me puse a escribir con mucha energía. Estoy desarrollando mi primer largometraje, y trato de aprovechar estos espacios para seguir soñando con futuros proyectos.”
Charles confiesa que no conoce en profundidad el cine egipcio, pero guarda un vínculo especial con el país. “La primera vez que salí de México fue hace cuatro años, invitada al Ismailia Short Film Festival, también en Egipto. Ahí conocí a varios realizadores locales. Me sorprendió que sus miradas se parecieran a las mexicanas: una mezcla de humor, melancolía y resistencia.”
Sobre las similitudes culturales, reflexiona: “El Cairo me recordó mucho a la Ciudad de México: el caos, el ruido, el tráfico. Hay algo en esa desorganización vital que me resulta familiar. En cambio, El Gouna es otra cosa: muy limpio, muy turístico, casi irreal.”
El siguiente paso: un largometraje sobre la infancia en el cine
Además de dirigir, Lau Charles lleva una década trabajando en dirección de casting y coaching actoral con niños y adolescentes. Esa experiencia se ha convertido en el germen de su próximo proyecto.
“He visto muchas cosas dentro de la industria, y algunas me preocupan”, confiesa. “El largometraje que estoy escribiendo aborda cómo tratamos a los niños en el cine y lo que implica otorgarles fama y atención desmedida. No es una denuncia, pero sí una reflexión sobre cómo la industria puede mirar a los jóvenes como objetos más que como personas.”
Charles espera contar con productores más experimentados para esta nueva etapa. “Soy muy nueva en el tema de las coproducciones, pero me encantaría encontrar apoyo fuera de México. Espero que lo que está pasando con Casa Chica abra puertas para eso.”
El desafío del cine mexicano
La conversación deriva hacia el estado actual del cine en su país. La directora se toma un momento antes de responder. “Siento que el cine mexicano se está dividiendo en dos caminos”, dice. “Por un lado, el cine independiente, que sigue entendiendo el cine como arte. Por otro, la industria que genera contenido para plataformas como Netflix, Amazon o HBO.”
Esa división, advierte, tiene consecuencias. “Es peligroso que el cine se convierta en un producto más, una mercancía que solo busca llenar catálogos. Además, muchos técnicos y artistas migran a esas producciones porque pagan mejor, y el cine independiente se queda sin recursos humanos. Es preocupante, porque las expresiones más auténticas y arriesgadas de nuestro cine corren el riesgo de desaparecer.”
Hacer cine desde el amor
Al preguntarle por sus influencias, Lau Charles no duda: “Me inspira mucho Lila Avilés. Cuando vi Tótem salí llorando, no solo por la historia, sino porque pensé: ‘Qué importante que ella dirija, que esa película exista’. También me conmovió 20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola. Es una película valiente, sensible, de una belleza que desarma.”
Antes de despedirse, deja una reflexión que resume su visión del oficio:
“El cine tiene que hacerse con amor, no para gustar. Hay que mirar hacia afuera, pero también hacia adentro. Contar lo que realmente nos atraviesa, hacerlo con nuestros amigos, con las personas que amamos. No se puede controlar si al público le va a gustar o no. Lo único que uno puede hacer es ser honesto. Si eso conecta con alguien, ya valió la pena.”


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