Un director contra la maquinaria: la sátira iraní que sorprende en Catar. DFF DOHA FILM FESTIVAL
En el Festival Internacional de Cine de Doha (20–28 de noviembre), Divine Comedy, la nueva película de Ali Asgari, irrumpió como una sorpresa afilada: una sátira sobre la creación artística en un entorno donde la vigilancia opera sin descanso. El director lo resume con ironía: “En mi país, hacer cine no es un trabajo: es una maratón de obstáculos inventados cada día”. La frase, compartida en una de las charlas del festival, condensa el espíritu del filme.
La película sigue a un director que intenta proyectar su obra y se topa con un laberinto burocrático que muta sin explicación. Los papeles cambian de ventanilla, los permisos se retrasan, las instrucciones se contradicen. Asgari explica que no exageró nada: “La realidad ya es suficientemente absurda. Solo tuve que ordenarla”.
Uno de los rasgos más llamativos es la manera en que representa la vigilancia. No hay policías, ni funcionarios en escena. La presencia del control se manifiesta a través de un punto de vista que todo lo observa sin pronunciar palabra. “Es más fácil convivir con un enemigo visible que con una sombra”, reflexiona el cineasta. Esa sombra impregna cada escena sin necesidad de imponerse visualmente.
El componente autobiográfico está presente sin dirigirse nunca hacia el melodrama. El protagonista comparte con Asgari y con buena parte de su equipo la experiencia de lidiar con permisos, sanciones y sospechas. La actriz del filme ha enfrentado dificultades por participar en proyectos independientes. El director lo explica con calma: “A veces no hace falta decir que estás prohibido; basta con que nadie te dé trabajo”.
El humor es una herramienta central. La película convierte lo cotidiano en un desfile de situaciones cómicas que, sin embargo, revelan tensiones profundas. “La risa no niega el dolor”, dice Asgari. “Pero lo hace soportable”. Esa filosofía atraviesa el montaje, los diálogos y la forma en que los personajes reaccionan ante lo absurdo. No hay cinismo, sino una ironía que desnuda el agotamiento acumulado.
En Doha, varios críticos señalaron la cercanía de la película con cierto cine hispano contemporáneo. Asgari lo celebra: “Me siento muy próximo a una sensibilidad que mezcla crítica social y humor sin miedo”. No se trata de una influencia directa, sino de una afinidad cultural: una manera de entender la comedia como espejo incómodo de las estructuras sociales.
Uno de los momentos más singulares de Divine Comedy —y uno de los más comentados en Catar— involucra a un perro que aparece en dos secuencias decisivas. Su mirada directa al espectador genera un efecto inesperado. “Los perros no mienten”, dice el director entre risas. “Por eso su mirada es tan devastadora”. El animal, más que un adorno, actúa como una instancia externa que observa el absurdo humano sin intervenir, reforzando el tono alegórico del filme.
La recepción en el festival ha sido calurosa. Doha, que en los últimos años se ha consolidado como un espacio para voces procedentes de regiones presionadas por la censura, encontró en la película de Asgari un ejemplo ideal de resistencia creativa. El público celebró su ligereza, su ritmo y su forma de convertir situaciones agobiantes en escenas que provocan risa y reflexión.
Respecto a su estreno en Irán, el director es pragmático. “Puede que no se exhiba oficialmente”, admite. “Pero la gente la verá. Siempre encuentran cómo”. En un país donde la circulación cultural a menudo se filtra por vías informales, esa certeza parece más realista que optimista.
Divine Comedy se afirma, así, como una obra que escapa de la solemnidad para denunciar con ingenio. En Catar, Asgari recordó algo que resume su gesto cinematográfico: “La comedia no es una huida. Es otra forma de atacar”. Y en Doha, su ataque, lejos de la violencia, se convirtió en uno de los grandes momentos del festival.


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