Crítica de Semillas de Kivu. AGUILAR DE CAMPOO, AFF 2024
Por David Sánchez
Néstor López y Carlos Valle dirigen Semillas de Kivu, un cortometraje que abandona las nostalgias de Anticlimax y las intrigas de Vermú para sumergirse en la cruda realidad de un país invisible para los medios occidentales y, por ende, para gran parte de sus ciudadanos. Mientras la atención mediática global se centra en Palestina o Ucrania, López y Valle se desvían hacia el Congo, un lugar donde la violencia encuentra su máxima expresión en las violaciones sistemáticas de mujeres.
El cortometraje arranca con un ritmo vertiginoso, mostrando imágenes grabadas con cámaras ocultas que parecen estar al borde de ser descubiertas en uno de los barrios más peligrosos del Congo. El primer golpe al espectador llega rápido y certero: lo que se verá a continuación no tiene nada de juego ni artificio.
Los testimonios de las mujeres víctimas de esta violencia son impactantes, no tanto por el horror de lo que relatan, sino por la calma con la que lo hacen. Sorprende la ausencia de odio o deseo de venganza en sus palabras, y la presencia de los niños que las acompañan —un recordatorio perpetuo de lo que jamás debió ocurrir— añade una dimensión desgarradora.
A diferencia de documentales como El agente topo de Maite Alberdi, los creadores de Semillas de Kivu eligen mantenerse fuera de cuadro, dejando que las historias hablen por sí solas. Sin embargo, al conocer o imaginar los retos del rodaje, uno no puede evitar preguntarse si el making-of de esta obra podría competir como una pieza documental en sí misma. López y Valle (y el resto del equipo) asumen un riesgo notable, impulsados por el deseo de arrojar luz sobre una realidad que, por su cotidianidad, ha dejado de ser noticia. En un mundo donde lo trágico solo parece importar si es puntual y vendible, este cortometraje se erige como un recordatorio incómodo de las desgracias que persisten más allá de Ucrania y Palestina.
El filme no solo parece denunciar la apatía de los medios de comunicación, que a menudo priorizan lo accesible y conveniente, sino que también pone en entredicho la labor del reportero de guerra. Si bien es indudable el mérito de estos periodistas, la precariedad de esta profesión parece haber cerrado las puertas a nuevos Pérez-Reverte que se arriesguen en lugares como el Chad. Ese espacio, el de "jugarse la vida," parece que está siendo reclamado por una nueva generación de cineastas que buscan ir más allá, empleando ingenio y valentía para mostrar lo que ocurre en la cara oculta del mundo, de una forma dinámica, tensa y entendible que hacen de Semillas de Kivu una experiencia enriquecedora sin soflamas melodramáticas.
Sinopsis:
En Kivu, una de las zonas más
violentas del mundo, un grupo de mujeres llega al Hospital de Panzi
tras haber sido violadas en grupo por guerrillas que controlan los
recursos minerales de la región. Durante su tratamiento psicológico,
enfrentan el dilema de aceptar o rechazar a los hijos nacidos de
estas agresiones, encontrando en la maternidad una inesperada forma
de resistencia.
Semillas de Kivu es, en definitiva, un grito cinematográfico que interpela al espectador y cuestiona la indiferencia colectiva hacia aquellas historias que no se narran.
Opinión: 4/5
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