Crítica de Silent City Driver. PÖFF 2024
Por David Sánchez
Sengedorj Janchivdorj, viene de ganar el gran premio en la ceremonia del clausura el pasado 23 noviembre, en el Tallinn Black Nights Film Festival (PÖFF) con Silent City Driver, esta película, demuestra que Mongolia puede producir cine que compite al más alto nivel.
A diferencia de obras tediosas del mismo país que han surcado los festivales como El huevo del dinosaurio (Öndög), aquí nos encontramos con un relato fascinante que, si bien tiene algunos momentos difíciles de creer, logra capturar al espectador con su profundidad emocional y un final impactante que deja huella.
El protagonista Myagmar, interpretado por el impresionante Tuvshinbayar Amartuvshin, es un hallazgo increíble. Su actuación lo convierte en un "Keanu Reeves mongol", con una mezcla de frialdad contenida y explosiones de emoción que transmiten tanto dolor como compasión. Sin necesidad de gestos exagerados, consigue que el público se conecte con su viaje interior y exterior, recordándonos a personajes como el de John Wick, pero en un contexto más intimista y social.
La trama, aunque sencilla, está cargada de simbolismo. La relación de Myagmar con los perros no solo refleja su aislamiento emocional, sino también su forma de entender el mundo: los humanos le han fallado, pero los animales permanecen fieles. Esta conexión recuerda al protagonista de Dogman de Luc Besson, donde los perros se convierten en extensiones del propio protagonista y juegan un papel clave en la narrativa, especialmente al final.
La película también presenta contrastes fascinantes entre los personajes. Saruul, la hija del fabricante de ataúdes, aporta un toque de vulnerabilidad y riesgo que añade dinamismo a la historia. Su relación con Myagmar está marcada por una tensión delicada entre la ternura y el abismo emocional. Por otro lado, el joven monje introduce humor y equilibrio, funcionando como un Sancho Panza en un mundo desprovisto de esperanza, pero lleno de momentos de redención.
Visualmente, Silent City Driver utiliza los paisajes urbanos de Mongolia como un personaje más. La fotografía destaca por capturar tanto la crudeza de las calles como la belleza de los cielos abiertos, creando un contraste constante entre lo mundano y lo sublime. El uso de la música también es brillante: inicialmente ausente, va cobrando importancia a medida que Myagmar descubre la tecnología y, con ella, un mundo más amplio. La banda sonora, aunque repetitiva, refuerza los temas de aislamiento y conexión, convirtiéndose en un leitmotiv emocional con la canción Comme un boomerang de Serge Gainsbourg
El guion, sin embargo, no está exento de problemas. Algunas coincidencias –como encontrar a la persona que buscas en el lugar exacto y en el momento justo– pueden sacar al espectador de la experiencia por su falta de credibilidad. Sin embargo, estos pequeños deslices son eclipsados por la fuerza de la narrativa general y la profundidad de los personajes.
El final merece una mención especial. Es brutal, simbólico y deja al público reflexionando sobre la fragilidad de la justicia y el papel del individuo en un mundo corrupto y sin amor. Pocas películas actuales se atreven a cerrar con tanta valentía y potencia visual.
Silent City Driver es una obra maestra que combina un guion sólido, una dirección magistral y una actuación central inolvidable. Aunque no es perfecta, su mezcla de thriller, drama social y simbolismo la coloca como una de las películas más destacadas del año. Un filme que no solo revela la riqueza cultural de Mongolia, sino que también eleva el estándar del cine mundial.
Opinión: 4,3/5
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