Jean-Christophe Berjon: un puente entre México y Francia a través del cine. Ahora desde Biarritz 2025

Jean-Christophe Berjon, delegado general del Festival de Biarritz Amérique Latine, ha dedicado buena parte de su trayectoria a tender puentes entre América Latina y Europa. Su nombre está estrechamente vinculado con México, país en el que reside la mayor parte del año y desde el cual produce programas culturales para televisión, además de mantener una vida personal y familiar profundamente arraigada. Con hijas junto a la actriz Arcelia Ramírez, Berjon ha sabido transformar ese vínculo íntimo en una misión cultural: dar visibilidad internacional al cine latinoamericano, con especial énfasis en el mexicano.



¿Cómo definirías la experiencia de este festival?
El cine es un medio para viajar a América Latina y sentir todas las culturas que existen allí. No se trata solo de cine: hay muchísimos intercambios en todas partes. Después de cada película hay debates, incluso cuando no están programados oficialmente. Por ejemplo, la cineasta Anna Müller se reunió con los espectadores que lo desearon, en un formato íntimo, para no interrumpir la logística del festival. Fue como un regalo adicional antes de su proyección oficial.

Además, tenemos encuentros literarios, universitarios, debates de ideas todos los días. Una película nos trae un tema, una situación geopolítica, y la discutimos no solo desde lo cinematográfico, sino con intelectuales, académicos y otros invitados. También hay exposiciones fotográficas, música, gastronomía, danza… La idea es que el festival sea un verdadero viaje a América Latina, pero aquí en Biarritz, sin necesidad de comprar un boleto de avión.

¿Qué papel juegan los espacios de debate dentro del festival?
Creamos un espacio que al inicio pensábamos sería reducido, pero casi nunca se queda pequeño: los temas siempre atraen mucho público. Allí no buscamos conferencias frías, sino intercambios dinámicos, debates que hierven. Queremos mantener esa atmósfera de conversación viva.

¿Cómo manejan la relación con otros festivales como Toulouse y San Sebastián? ¿Existe competencia?
No, al contrario. Con Toulouse hemos llegado a acuerdos claros desde finales del año pasado. La idea es no bloquearnos mutuamente los filmes por cuestiones de exclusividad. Defendemos a los mismos cineastas, y lo mejor que podemos hacer es darles la mayor visibilidad posible. Por ejemplo, este año compartimos tres películas. El público, las fechas y las regiones son distintos, así que no jugamos los mismos roles, más bien nos complementamos.

Con San Sebastián la relación es también de solidaridad. Ellos están en un nivel muy superior en cuanto a presupuesto, son uno de los grandes festivales del mundo y probablemente el mayor en lengua española. Pero aun así, compartimos artistas, coordinamos fechas y hasta nos prestamos autos para trasladar invitados de un festival al otro. Por ejemplo, si una película tiene su estreno mundial en San Sebastián, nosotros la programamos después, respetando la lógica. Hay flexibilidad, no competencia.

¿El Festival de Biarritz busca tener estrenos mundiales como estrategia?
No. No somos un festival que persiga primeras mundiales. No tenemos el poder mediático ni el peso de prensa que tienen Cannes, Venecia o Berlín. Lo importante para nosotros es que los cineastas puedan decir que su película fue seleccionada o premiada en Biarritz: eso les da prestigio, abre puertas y permanece en sus currículums. Nuestro rol es defender sus obras y darles visibilidad en Francia, no competir por primicias.



En tiempos de digitalización, ¿cómo ha cambiado la gestión del festival?
Como en todo el mundo, avanzamos hacia la desmaterialización. Ya casi no usamos papel ni acreditaciones físicas, ahora todo se maneja con códigos de barras en el teléfono. Es más práctico. A veces, si falla el sistema, recurrimos al contador manual, pero en general es una evolución positiva. Incluso me gusta la idea de inventar un nuevo “signo de identidad” para el festival, algo que sustituya ese objeto físico que antes nos reunía.

¿Qué opinas del éxito reciente del cine latinoamericano en premios internacionales como los Oscar?
El cine latinoamericano ya ha tenido varias olas de éxito: la argentina, el nuevo cine mexicano de inicios de los 2000, entre otras. Hoy en día la coproducción es la norma: casi ningún filme se produce solo en un país, siempre hay apoyos de varias industrias, lo que da fuerza a estas películas.

En cuanto a los Oscar, hay que decirlo: no son la “Copa del Mundo” del cine, ese lugar lo ocupan Cannes, Venecia o Berlín. Pero Hollywood, molesto por no controlar ese campeonato mundial, abrió sus premios a cineastas extranjeros. Al principio era simbólico, hoy ya integraron a muchos en su academia. Eso les permite influir en la narrativa global del cine, y eso puede ser peligroso.

El caso de Roma es paradigmático: es una obra maestra, totalmente mexicana, pero financiada por Netflix, que es Hollywood. Claro que tiene gran calidad, pero hay un riesgo cuando una sola industria domina y decide qué se produce.

¿Sigues manteniendo un vínculo fuerte con México?
Sí, totalmente. Vivo en México la mayor parte del año, salvo los meses que debo estar en Francia para el festival. He hecho varios programas de televisión sobre cine; primero se llamó Contrato Campo en Foro TV. Después fue Mi cine, tu cine en Canal Once. Sigo haciendo cápsulas diarias desde Cannes para Canal 22 y también para TV UNAM. Para Canal Once, además, realizo un recuento completo de la edición de Cannes.

Ahora produzco dos programas más, de los cuales soy responsable del contenido. Uno es para TV UNAM, se llama Mextranjero, una mesa redonda con corresponsales de prensa internacional en México que analizan la actualidad mexicana y dan noticias de sus países. El otro programa se emite tanto en TV UNAM como en Canal 22, se llama Leémelo. Cada semana recibimos a una personalidad que nos presenta los tres libros que han cambiado su vida, los más importantes para ella. Mextranjero lleva ya 6 años, Leémelo tiene 4 años; son programas que funcionan muy bien y es una alegría hacerlos.

Además, acabo de comprar una casa en México, en la montaña, cerca de Cuernavaca, un lugar tranquilo e inspirador.

Tu familia también está muy ligada al cine y la actuación, ¿cierto?
Sí. Tengo dos hijas con la actriz Arcelia Ramírez. Ella tuvo un papel muy fuerte en la serie Las Muertas, dirigida por Luis Estrada para Netflix. Fue un éxito enorme. Admiro cómo aceptó interpretar un personaje desagradable y físicamente demandante, confiando en el cineasta y entregando toda su pasión.

Mi hija mayor también actuó ahí, es la primera de las muertas. Ahora estudia actuación en París, en el Cours Florent, una de las mejores escuelas de formación de actores. Ganó el Ariel a Revelación hace dos años.

Antes de Biarritz, fuiste Delegado General de la Semana de la Crítica en Cannes (2004–2011). ¿Cómo fue tu relación con el cine mexicano desde allí?
Efectivamente, dirigí la Semana de la Crítica durante siete años. Mi predecesor, José María Riba, ya había abierto una puerta muy importante para el cine mexicano. Yo seguí esa línea e invité a cineastas como Rodrigo Plá, David Pablos, Natalia Beristáin, entre muchos otros, con cortos y largos.

Además, establecimos un puente con el Festival de Morelia: llevábamos a Cannes una selección de cortos premiados allí. Eso dio gran visibilidad al talento joven mexicano. No diría que todo fue gracias a mí, pero la Semana de la Crítica sí tuvo un papel decisivo en impulsar esa dinámica. En general, fuimos más relevantes para México que para otros países de la región, y eso es un orgullo.

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