Crítica The Wizard of the Kremlin
The
Wizard of the Kremlin
es la película que muchos temían ver y que Giacomo Durzi se ha
atrevido a filmar con precisión quirúrgica. Bajo la inocente
advertencia de que “todos los personajes son ficticios” —un
seguro contra cafés con polonio—, la cinta relata el ascenso de un
desconocido Vadim Baranov, interpretado por Paul Dano, que pasa de
soñar con dirigir teatro a diseñar la política rusa desde las
sombras.
La premisa es tan audaz como peligrosa: mostrar que el poder no se toma, se fabrica. Y Paul Dano, con una actuación impecable, es el hombre que fabrica realidades. Su personaje narra, desde la primera escena, cómo se puede convertir la política en una obra de teatro total, donde cada muerte, cada bomba, cada destitución está planificada como un acto dramático. Lo perturbador es que no se siente caricatura ni villano: Dano lo interpreta como un artista frustrado que encuentra en el poder la escena perfecta. Lo que no pudo crear en un escenario lo construye en la historia de un país.
Durzi filma con un control visual que recuerda a los grandes maestros del cine político. El Kremlin no es solo un palacio: es un personaje vivo, opresivo, cuyas salas, despachos y pasillos parecen respirar poder. Las casas de campo son trampas disfrazadas de refugios, y Moscú aparece como una ciudad siempre vigilada, siempre en tensión. Cada encuadre está calculado para recordarnos que en Rusia el poder no es un lujo: es cuestión de supervivencia.
Pero lo que distingue a The Wizard of the Kremlin no es solo su diseño impecable, sino su atrevimiento narrativo. La voz en off de Dano nos arrastra por los entresijos de la política rusa, mientras la película desgrana, sin eufemismos, episodios que a todos nos resultan familiares: las matanzas en Ucrania, la eliminación sistemática de oligarcas, la manipulación obscena de los medios, el papel patético de un Boris Yeltsin que apenas podía sostenerse en pie por la bebida. Y lo más inquietante: la insinuación de que las bombas que derrumbaron edificios en Moscú, justificando la guerra en Chechenia, fueron pensadas desde un despacho donde el poder se cocina como un guion teatral.
El filme no busca el escándalo fácil, sino que muestra cómo la verdad se vuelve irrelevante cuando el relato está bien construido. Lo que importa no es lo que ocurrió, sino cómo se cuenta y quién controla la narración. Durzi no necesita mostrar a Putin en exceso, aunque aparece más de lo que nos podríamos imaginar. El verdadero protagonista es ese “mago” que convierte la política en espectáculo, que entiende que el dinero es efímero, pero el poder absoluto es eterno.
La interpretación de Dano es el alma de la película. Lo vemos joven, soñando con dirigir arte dramático, aprendiendo a manejar actores y escenarios. Luego, lentamente, empieza a aplicar esas mismas técnicas al poder real: organizar campañas mediáticas como si fueran producciones teatrales, eliminar rivales como si fueran personajes prescindibles, moldear y dejarse moldear por el presidente ruso Putin, al que llama Zar. Dano transmite esa mutación con una naturalidad escalofriante: nunca deja de ser humano, culto, sensible… y, sin embargo, cada vez más frío. Su mirada madura, su voz se endurece, su postura corporal se vuelve la de alguien que sabe que nunca más será un don nadie.
En un festival como Venecia, donde abundan las películas de autor con mensaje político, The Wizard of the Kremlin destaca por una razón clara: no moraliza. No hay carteles explicativos, no hay música que subraye al villano, no hay voz que diga “esto está mal”. Durzi confía en la inteligencia del espectador y le muestra la maquinaria del poder desnuda, casi hermosa en su eficacia. Eso la hace peligrosa: porque seduce mientras te envenena.
Si el año pasado vimos The Apprentice, que retrataba la ascensión de Trump con el mismo pulso narrativo de un thriller, ahora Venecia se atreve con Putin. Y la pregunta inevitable flota en el aire: ¿quién será el próximo? ¿Macron, Milei…? A Pedro Sánchez no lo esperen: el presidente español ya tiene su propia serie en streaming. Pero el mensaje es claro: el cine ha dejado de tener miedo a mostrar cómo se construyen los líderes reales, y cómo el poder, al final, no necesita justificar sus medios.
The Wizard of the Kremlin no es una biografía ni un juicio histórico. Es una advertencia disfrazada de relato fascinante. Nos enseña que el poder moderno no se basa en dinero ni en ideología, sino en control absoluto de la narrativa. Lo vemos desde la otra orilla: no como ciudadanos indignados, sino como cómplices fascinados. Salimos de la sala preguntándonos si hemos admirado al monstruo… o si simplemente nos hemos dejado hechizar por un mago que sabe contar historias mejor que nadie.
Durzi entrega así una de las películas más inquietantes y brillantes del festival. Visualmente impecable, narrativamente implacable y actuada con la intensidad justa por Paul Dano, es cine político de alto voltaje: una radiografía del poder como arte y como crimen, sin moralinas ni atajos. Venecia le ha abierto sus puertas, quizá sin medir el peso de lo que significa aplaudir una cinta que pone a Putin en el centro, aunque sea bajo la máscara de la ficción.
Porque, como recuerda el propio Dano en uno de sus monólogos: “La ficción es más real que la verdad cuando el público cree en ella.” Y en esta película, todos creemos.
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