Crítica de L’Accident de Piano

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Con The Piano Accident (L’Accident de Piano) , Quentin Dupieux vuelve a demostrar que su cine no está interesado en complacer, sino en incomodar, descolocar y, finalmente, atrapar al espectador en una lógica propia que parece absurda solo en la superficie. La película se inscribe con claridad dentro del universo del director francés, pero al mismo tiempo presenta una madurez extraña: no tanto una evolución hacia lo convencional, sino una depuración de su mirada sobre lo ridículo, lo mecánico y lo humano.

Crítica de Love Me Tender (2025): la calma que hiere, la ternura que duele

Hay películas que gritan su mensaje desde el primer plano, que buscan la conmoción inmediata y el impacto visceral. Love Me Tender, ópera prima en largometraje de Anna Cazenave Cambet, hace exactamente lo contrario. Es una película calmada, serena en su forma, casi silenciosa en su puesta en escena, pero profundamente devastadora en lo que cuenta. No necesita levantar la voz porque confía en algo mucho más poderoso: el tiempo, los gestos mínimos y una interpretación que se queda clavada en la memoria.

Desde su inicio, la película parece deslizarse con suavidad, como si no quisiera molestar al espectador. Sin embargo, esa calma es engañosa. Bajo esa superficie contenida se esconde un relato feroz, sorprendente por los temas que aborda y, sobre todo, por la manera en que los aborda. En un contexto cinematográfico actual donde muchas historias sobre maternidad, identidad y libertad femenina suelen venir envueltas en discursos explícitos o resoluciones conciliadoras, Love Me Tender se planta en el extremo opuesto: es incómoda, radical y profundamente honesta.

La historia de Clémence, una abogada que pierde la custodia de su hijo tras revelar su orientación sexual, no solo funciona como un drama íntimo, sino como una acusación directa contra una sociedad que se presume moderna, abierta y progresista, pero que sigue castigando a las mujeres que se salen del molde. Lo verdaderamente sorprendente —y perturbador— es comprobar cómo aquello que la película denuncia va en contra de la imagen que solemos tener del presente: creemos vivir en un tiempo de libertades conquistadas, y sin embargo el film expone con crudeza cómo los prejuicios, el sexismo y la homofobia siguen operando, especialmente cuando se trata de maternidad.

El guion, adaptado por la propia directora a partir de la novela autobiográfica de Constance Debré, es fuerte y potente precisamente porque no busca edulcorar nada. No hay voluntad de agradar ni de ofrecer respuestas fáciles. La película se construye a partir de situaciones reiterativas —visitas a comisarías, denuncias que se acumulan, conversaciones legales que no llevan a ningún sitio— que transmiten una sensación de agotamiento real. Ese tedio, esa burocracia asfixiante, no es un error narrativo: es el corazón mismo del relato. La injusticia no siempre llega en forma de golpe, sino como un desgaste constante, como una erosión lenta de la dignidad.

Pero si Love Me Tender se sostiene con tanta fuerza es, sin duda, por la actuación de Vicky Krieps. Su trabajo aquí es, sencillamente, increíble. No solo por lo que dice, sino por lo que calla. En su rostro se inscribe toda la desesperación de una mujer que no puede estar con su hijo, pero también el cansancio extremo de tener que explicarse una y otra vez, de poner por enésima vez una denuncia que sabe que probablemente no servirá de nada. Hay escenas en las que apenas habla, y aun así su mirada lo dice todo: la frustración, la rabia contenida, el miedo, pero también una lucidez dolorosa.

Lo más impresionante de su interpretación —y quizá uno de los momentos más devastadores de la película— es el proceso que la lleva a renunciar a su hijo. No se trata de una decisión tomada a la ligera ni presentada como un acto heroico. Al contrario: es bestial, brutal, profundamente dramática. La película no intenta justificarla ni condenarla; simplemente la muestra. Y Krieps logra algo extraordinario: hacer que el espectador entienda ese gesto sin necesidad de compartirlo. En su rostro se ve el derrumbe de una mujer que comprende que, en un sistema injusto, a veces la única forma de sobrevivir es soltar aquello que más ama.

Este nivel de complejidad emocional confirma por qué Vicky Krieps está, sin discusión, de moda en el cine de autor contemporáneo. El año 2025 ha sido especialmente significativo para su carrera, consolidándola como una de las actrices más interesantes y valientes de su generación. Además de Love Me Tender, ha protagonizado Yakushima’s Illusion de Naomi Kawase, una obra introspectiva y sensorial donde también explora el silencio y la interioridad, y en la que incluso participa como productora ejecutiva. En Went Up the Hill, un thriller de tono más oscuro, demuestra su capacidad para moverse en registros de suspense sin perder profundidad emocional. Y en Father Mother Sister Brother, bajo la dirección de Jim Jarmusch, forma parte de una antología familiar que dialoga con las tensiones afectivas desde una mirada minimalista.

Lo fascinante de Krieps es que, pese a esta diversidad de proyectos, mantiene una coherencia artística clara: elige personajes femeninos complejos, incómodos, alejados del estereotipo. En Love Me Tender, esta coherencia alcanza uno de sus puntos más altos. Su actuación no busca el lucimiento externo, sino una verdad interna que se filtra en cada plano. Es una maravilla interpretativa que confirma por qué su trabajo ha sido tan celebrado en festivales y por la crítica especializada.

La dirección de Anna Cazenave Cambet merece también un reconocimiento especial. Para ser su debut en largometraje, la seguridad con la que maneja el ritmo y el tono es notable. Su formación en fotografía se percibe en la composición de los planos, en la manera en que el espacio se convierte en una extensión del estado emocional de Clémence. No hay subrayados innecesarios ni música manipuladora; todo está al servicio de la historia. La cámara observa, acompaña, espera. Esa paciencia es una declaración de principios: la directora confía en la inteligencia del espectador y en la fuerza del material que tiene entre manos.

No es casual que la película se haya presentado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. Love Me Tender encaja perfectamente en esa tradición de cine que busca nuevas formas de mirar la realidad, que se atreve a cuestionar los discursos dominantes y a incomodar. Su recepción crítica ha sido entusiasta, y con razón: pocas películas recientes se atreven a poner en el centro una maternidad no idealizada, atravesada por el conflicto, el deseo y la renuncia.

Otro de los grandes aciertos del film es su capacidad para dialogar con debates muy actuales sin caer en el panfleto. La cuestión de los derechos parentales, la discriminación por orientación sexual y la moral conservadora disfrazada de legalidad aparecen aquí encarnadas en situaciones concretas, en gestos cotidianos. La película muestra cómo la violencia institucional puede ser silenciosa, educada, aparentemente razonable, y por eso mismo tan devastadora.

En este sentido, Love Me Tender se siente como una obra profundamente política, aunque nunca levante una pancarta. Su radicalidad está en la mirada, en la negativa a ofrecer consuelo fácil. Al terminar la película, no hay alivio ni cierre tranquilizador. Queda una herida abierta, una pregunta incómoda: ¿cuánto hemos avanzado realmente como sociedad?

En conclusión, Love Me Tender es una película calmada solo en apariencia. Bajo su tono sereno late una fuerza demoledora. Es sorprendente por los temas que trata y por cómo los confronta con la realidad actual, desmontando discursos complacientes. Es una obra sostenida por un guion potente y una dirección sensible, pero sobre todo por una actuación monumental de Vicky Krieps, que entrega aquí uno de los trabajos más intensos y conmovedores de su carrera. Una película que no busca gustar, sino decir la verdad, y que por eso mismo se vuelve imprescindible.

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