Crítica de The Bad Guys 2: Un salto audaz hacia la madurez con un toque francés irresistible (Phaté Wilson de Toulouse)

Tras el éxito de The Bad Guys (2022), la secuela, presentada con un adelanto electrizante en el Festival de Annecy 2025, ha dejado a los asistentes boquiabiertos. Los minutos exhibidos y el posterior estreno en cines no solo confirmaron que The Bad Guys 2 mantiene el encanto de su predecesora, sino que eleva la apuesta con una propuesta visual y narrativa más madura, dinámica y sorprendentemente profunda. Dirigida por el francés Pierre Perifel, esta entrega destila un aire de sofisticación irreverente que mezcla humor afilado, guiños adultos y una carga emocional que resuena más allá del público infantil.

Desde el primer fotograma, se percibe una evolución en el estilo artístico. Los trazos, que en la primera película ya destacaban por su inspiración en cómics, ahora abrazan una estética menos limpia, más abstracta, como si Monet estuviera dibujando, que coquetea en algunos momentos con el manga, especialmente en secuencias como la vibrante pelea en el ring, donde la acción se siente visceral y estilizada. La paleta de colores es un personaje más: arranca con tonos terrosos y sofocantes en El Cairo, transmitiendo calor y tensión; transita a azules fríos en una ciudad hostil que refleja el aislamiento de los protagonistas; y culmina en vibrantes negros y morados que dotan a la narrativa de un aura sugestiva y misteriosa en el espacio. Cada cuadro está cuidado al detalle, haciendo de la experiencia cinematográfica una obligación en pantalla grande.

El humor, uno de los pilares de la saga, se pule hasta alcanzar un equilibrio perfecto entre lo accesible y lo audaz. Hay chistes que arrancan carcajadas inmediatas, como el gag recurrente de la piraña y sus flatulencias atrapadas en una escafandra, o el hilarante respeto exagerado a actuar como un personaje italiano sin parar de mencionar "cappuccino" como si eso lo convirtiera en italiano instantáneamente. Pero también hay momentos que rozan lo subido de tono, como el beso de la serpiente, que bordea lo obsceno con una picardía que se agradece. Este toque, claramente influenciado por la sensibilidad francesa de Perifel, recuerda al humor políticamente incorrecto de los Minions, pero con una sutileza que no se distingue del todo, aunque se siente en cada escena. Es un guiño a los adultos que eleva la película por encima de la animación infantil convencional.
Los personajes, queridos desde la primera entrega, vuelven con una profundidad emocional inesperada. Están devastados, deprimidos, cargando el peso de sus decisiones, pero intentan disimularlo con su carisma habitual. La excepción es la serpiente, que parece un divorciado renacido, desbordante de una energía caótica y liberadora. Lobo, como líder, lucha por mantener unido al grupo mientras navega su compleja relación con la zorra, una dinámica que sigue siendo un pilar narrativo sólido y conmovedor. Las traiciones y los planes, aunque a veces rayan en lo disparatado —como una secuencia frenética corriendo por un cohete—, están escritos con inteligencia, tejiendo una trama profunda que no teme ser alocada.
Si bien The Bad Guys 2 no alcanza la revolución introspectiva de El gato con botas: El último deseo (2022), que marcó un hito en la animación por su profundidad, aquí el enfoque es más equilibrado: te ríes a carcajadas, pero también hay espacio para reflexionar. La acción prioriza el dinamismo y la velocidad, ejecutada con una precisión que mantiene al espectador al borde del asiento. Cada personaje tiene su momento de brillo, desde los instantes ridículos hasta los más emotivos, asegurando que nadie quede en segundo plano.