Artículo Franquestein Venecia 2025



 La noche del 30 de agosto en el Festival de Venecia se presentó Frankenstein, la nueva película de Guillermo del Toro, una adaptación que trasciende el terror gótico para explorar algo mucho más íntimo: la relación entre padres e hijos. Aquí, el monstruo no es solo una criatura reanimada, sino un símbolo del abandono, de la herida emocional que deja un padre ausente o fallido. Del Toro lo dejó claro en rueda de prensa al decir que esta película nació del “vacío entre padre e hijo” y que solo ahora, con la madurez, pudo contarla desde un lugar más auténtico.



La historia sigue a Víctor Frankenstein, marcado por la muerte de su madre y por un padre distante, que al crear vida termina repitiendo los mismos errores: amar mal, huir del dolor, rechazar al hijo. Pero el gran logro de la película está en cómo ese amor fallido va transformándose. La relación entre Víctor y su criatura es un descenso y a la vez una redención. La criatura —interpretada magistralmente por Isaac, actor cubano-guatemalteco— evoluciona emocionalmente tanto como visualmente. Gracias al uso de maquillaje artesanal en vez de efectos digitales, vemos cómo su aspecto cambia con el tiempo, desde la piel hasta el cabello, acentuando el paso de los días y el aprendizaje del afecto.

Foto cortesia festival

Durante la presentación, Isaac habló con emoción sobre el proceso: “Guillermo me dijo ‘este papel lo estoy creando para ti’. Fue como sentarnos a la mesa con nuestros padres, algo que ayuda a entender de dónde venimos.” La película, de hecho, no se siente solo como un relato de horror, sino como una herramienta emocional. Un espejo.


El diseño de producción es exquisito, la fotografía tiene un peso visual enorme y la música acompaña con delicadeza. Se agradece la decisión de mantener los efectos especiales al mínimo, aunque hay un pequeño tropiezo técnico: los lobos y ovejas digitales no están a la altura de un presupuesto de 120 millones, algo que se nota.


Al final, lo que queda es una reflexión poderosa: ¿quién es realmente el monstruo? ¿El que nace roto o el que no supo amar? Del Toro no da respuestas, pero su película invita a mirar con otros ojos al “otro”, a ese ser marginado que solo quiere ser amado. Una obra conmovedora, íntima, profundamente humana.



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